lunes, 13 de julio de 2015

EL SUPLICIO DE TÁNTALO





Me muero de sed. Las entrañas me arden. Quiero beber, pero mi cuerpo rechaza todo contacto con el exterior. Ella me pone la cucharilla en los labios. Abro la boca lentamente y me vierte la gelatina. Intento tragarla pero no puedo. Ya ni eso soy capaz de engullir. Cuando la enfermera trajo el bote hice un gesto de rechazo. " Hay que echar la medida que especifica en el prospecto ", le dijo a mi mujer, " El agua queda hecha gelatina y así el enfermo puede tragarla sin ningún problema, no se escurre por la comisura de los labios ". Mi mujer asintió, pero yo no quería beber aquél mejunje. Suponía bajar otro peldaño en el derrumbe de mis capacidades, otro escalón más hacia la muerte. Hace ya no sé cuanto tiempo que no puedo probar bocado, más de una semana, quizá dos. El tiempo ya no tiene importancia. Vivo gracias a los sueros, antibióticos y demás recursos que me introducen por las venas. Ya no soy un ser humano. De momento sigo siendo un ser vivo, pero un vegetal antes que otra cosa, y no creo que pueda vivir mucho tiempo más en estas condiciones. 



                          



Hace tiempo que digo que quiero morir, pero en último extremo siempre me mantuve agarrado al clavo ardiendo de la esperanza. Cuando me dijeron de suspender los cuidados curativos y aplicar solamente los paliativos me eché atrás. Uno espera siempre el milagro. " Esto es como el corredor de la muerte. ", le dije a mi mujer un día cuando empezó todo esto, " Uno vive día a día en la angustia de saber que la sentencia está dictada, esperando un indulto que nunca llega ". " Eso mismo pensé yo hace unos días ", me respondió, " pero no te quise decir nada ". Eso fue cuando yo aún podía hablar. Pero la voz se me fue poco a poco, lo mismo que las fuerzas. Hasta hace unos días todavía era capaz de hacerme entender, ahora apenas lo logramos por señas, un sí, un no con la cabeza, eso es todo. 



                        



Me da otra cucharadita de gelatina. Noto una masa compacta en mi boca, algo líquido y fresco que entra sin desparramarse. Sé que es agua, pero no reconozco el sabor. Asiento con la cabeza, parece que la gelatina funciona al fin y al cabo. Intento tragar, pero no soy capaz. Agoto todos los recursos que me vienen a la mente para poder engullir el agua, pero ésta apenas se filtra por mi garganta. Me lleva más de un minuto tragar diez, quince, veinte gotas de agua, lo que cabe en una cucharadita. Hasta hace dos o tres días me daba el agua - el agua - con una cuchara. Hubo que dejarlo porque me ahogaba. Ahora me da esta gelatina con una cucharilla de café y me lleva una vida beber un vaso de agua. 




                        



Poco a poco voy notando como el agua baja por mi garganta. Siento como fuego, como lava de un volcán que desciende lentamente por mi esófago abrasándolo. Cuando el agua llega al estómago siento como si esa lava llegara al mar, produciendo nubes de vapor y solidificándose, inflamando todo mi vientre. Tengo sed, una sed horrible, como la de un infeliz que lleva días perdido en el desierto. Pero no puedo beber, el agua me revienta las entrañas.



                                             


La morfina atenúa mis dolores, pero no es capaz de eliminarlos. El cuerpo no me duele como sucede normalmente, pero lo siento con la misma o mayor intensidad. Siento dolor en la piel si me tocan, siento dolor si me mueven, siento dolor hasta del aire que pasa. Cada vez que ella limpia las gotas de agua que escapan de mi boca hago un gesto de dolor por el simple roce de la servilleta con mis labios. Cada vez que me mueven siento como si me tocaran con un hierro ardiendo. Cada vez que el personal sanitario me hace algo siento como si un cantero me arrancara un trozo de carne con un cincel.



                         



Estoy agotado y semiinsconciente. Noto que ella me está dando otra cucharadita de agua. Abro un poco los labios y dejo que la gelatina entre en mi boca. El agua está ardiendo, cierro la boca y la gelatina se vierte por la comisura de mis labios. Ella la limpia y me da otra cucharadita. Hago un movimiento de cabeza y ella comprende. Cuando ayer me preguntó si era capaz de mover los brazos y no fui capaz de hacerlo, me dije: " Esto se acabó ". El cuerpo ya no responde. Ya no puedo hablar, apenas puedo mover la cabeza, soy un muerto viviente. Ella me acerca otra vez la cucharilla. Vuelvo a negar con la cabeza. Ya no quiero nada más. Esta vida se acabó. Sólo quiero morir.