jueves, 17 de julio de 2014

EL PARQUE




Este año he decidido pasar las vacaciones sin moverme de casa, sola con mi perrita. La verdad es que estoy en la gloria. No leo la prensa, no veo la televisión, tampoco me conecto a internet.
- Uy, son casi las diez, tengo que sacar a Selva para que haga sus cositas.
Salgo del apartamento. Bajo las escaleras y llego al portal sin haber tropezado con mis vecinas cotillas. Sonrío aliviada.






Camino en dirección al parque sin cruzarme con nadie. En cuando llego compruebo con extrañeza que la verja está entornada. La empujo y penetro en la obscuridad del recinto, dirigiéndome a donde los perros hacen sus necesidades. Generalmente hay que esperar turno, pero curiosamente esta noche no hay nadie, tampoco los habituales. Se puede oir el silencio. Mientras Selva se desahoga yo espero sentada en el banco de enfrente.





Estoy ensimismada en mis pensamientos cuando un chirrido me alerta. Me levanto y observo que alguien ha cerrado la verja. Miro a mi alrededor pero no veo a nadie. Decido recoger a mi perra y salir por otra de las puertas, hay una en cada esquina. Tengo la sensación de que alguien me observa. Mi corazón late con fuerza. Camino deprisa hacia la salida más cercana, pero compruebo angustiada que tampoco se abre. Escucho un ruido entre los árboles. El pánico me impide gritar. Mi boca está seca, me falta el aliento.  





Corro con Selva  hacia la tercera salida y compruebo horrorizada que también está cerrada. Miro hacia atrás, alguien viene. Me escondo detrás de un árbol. Está cerca, oigo su respiración, pero pasa de largo. Se dirige hacia la cuarta salida, que todavía permanece abierta. Mi única oportunidad es llegar a esa última puerta antes que él.





Huyo a través del parque. Las piernas no me responden, apenas avanzo, me parece estar viviendo una pesadilla. Estoy a punto de alcanzar la puerta cuando alguien me lo impide sujetándome de un brazo. Un escalofrío recorre mi espalda. Mi corazón se para, siento que voy a morir. Me giro aterrada y veo al guarda del parque que trata de tranquilizarme. En ese instante escucho un clamor: Gooooool. El barrio es un grito de júbilo. El equipo nacional acaba de marcar un tanto.
- Dios mío, que planchazo!
Entre que no soy futbolera y que llevo un mes retirada, desconocía que hoy se jugaba la final del mundial.





El guarda,  al ver mi estado de shock, no para de pedirme disculpas. Azorado me explica que hoy cierra un poco antes de lo habitual para poder ver el partido. No me había visto e ignoraba que quedara alguien dentro del parque.






Ya llegué a casa, mis tres vecinas cotillas me esperan en el rellano. LLevan casi un mes sin saber de mí. Al verlas, sonrío aliviada.