sábado, 31 de agosto de 2013


VACACIONES EN GALICIA



Anteayer llegué de Galicia agotada del viaje y con el mal del emigrante, esa nostalgia poética intermedia entre la dulzura, la tristeza y la ensoñación que los gallegos llamamos morriña y que es, junto con la retranca, una de nuestras señas de identidad. Hoy, ya casi recuperada del cansancio pero todavía nostálgica, me propongo hacer una crónica de estas largas vacaciones. Lo hago porque me gusta recordar y también como gesto de gratitud hacia mi tierra.




Salimos de Bruselas como siempre: tarde, mal, a rastras y discutiendo. Ringo era mi gran preocupación, con sus catorce años largos daba síntomas de fatiga y si el calor apretraba podía resultarle fatal. Cruzamos Francia sin problemas, dejando de lado el plan inicial de pasar por la Costa Azul para llegar cuanto antes a Galicia. Tuvimos un buen viaje sin calores ni contratiempos y llegamos a Galicia al atardecer, ese atardecer lleno de colores que sólo existen en el fin del mundo, la luz mágica del Finis Terrae.




Entramos por Ribadeo cansados después de tantas horas de trayecto, así que paramos a descansar y a respirar el primer aire de Galicia. Mientras paseábamos a los perros vimos que un antiguo café renovado anunciaba chocolate con churros. Nos miramos y todos a una pensamos lo mismo. Así que, sentados en la terraza, nos tomamos un delicioso chocolate difícil de igualar para mi sorpresa, pues no creía que iba a ser muy bueno al haber sido renovado el café y estar atendido por gente muy joven. Pero se ve que la receta original se mantenía. El chocolate era un poquito amargo y los churritos crujientes. Perfecto.




Continuamos ruta hasta un lugar donde hay unas aguas termales y medicinales perdidas por Terra Chá donde apenas van los vecinos de la comarca. Allí nos dimos un baño reparador que, después del chocolate, nos resucitó a esa vida natural que todavía se puede disfrutar en Galicia. El ambiente de la Charca, como se llama el lugar, es muy peculiar, una pequeña Babel de paisanaje gallego totalmente " enxebre " mezclado con algún que otro foráneo avisado que conoce las virtudes de estas aguas. Los paisanos entablan rápidamente con los forasteros, no han perdido la curiosidad natural y valoran todavía la conversación, hablan ese gallego de toda la vida tan bonito que, por desgracia, los nacionalistas y pseudo intelectualoides quieren destruir para imponer un idioma absurdo que el pueblo gallego desconoce y con el que no se siente identificado. Los bañistas cuentan historias sobre curaciones con las aguas, todos conocen algún caso milagroso que relatan con entusiasmo.




Llegamos a Ferrol ya de noche, pero llenos de energía y sin ninguna tensión. Ringo había hecho bien el viaje, pero pasó la noche un poco fatigado. Por la mañana bajé a comprar ese pan de Neda y ese queso fresco que sólo se hace en Ferrol y tanto añoramos todo el año. Después de desayunar fuimos a la playa de Cobas a darnos el primer baño del verano. Èramos los más blanquitos. Regresamos pronto preocupados por Ringo, pero al llegar vimos que ya no tenía fatiga y había recuperado su buen apetito. Cuando llegó la noche salimos a pasear a los perros a una plaza cercana, pero ya de regreso a casa Ringo se tumbó en el suelo, como venía haciendo desde hacía unos meses. Pero esta vez no se recuperaba como anteriormente, ví que estaba muy malito. Mi marido lo cogió en brazos y lo llevamos a casa. Una vez allí mejoró un poco e incluso se puso en pie. Me miró y cayó fulminado. Nuestro Ringo se fue para siempre. Yo creo que aguantó para morir en su casa y despedirse de su plaza de Sevilla, donde fue el rey mucho tiempo.




Las vacaciones transcurrieron entre playa por la mañana y aguas termales por la tarde, excursiones esporádicas, mucha naturaleza, buen comer y buen vivir: Estuvimos en La Coruña, la ciudad de cristal reflejando el sol en sus galerías, con los Cantones, el paseo marítimo y las playas de Orzán y Riazor llenas de gente.




También ruamos por Compostela recordando viejos tiempos, sin faltar nuestro bocadillo especial de jamón asado del Coruña y el cafelito en la terraza del Azul que, por cierto, cambió de dueño y en el que siempre echo en falta a mi queridísimo Guillermo, camarero impecable, alma del Bar Azul y mi segundo padre en mis tiempos de estudiante. Ruar por Compostela en las noches de verano y terminar sentado en la Quintana es viajar en el tiempo, cuando las luces y las sombras crean efectos ópticos como el del "peregrino escondido". 




Pontevedra estaba preciosa, tomamos unos vinos y unos calamares en la terraza del Carabela, mientras hacíamos tertulia con viejos amigos en la encantadora Plaza de la Estrella. Estuvimos buscando las raíces gallegas de Colón, de las que cada vez aparecen más pruebas. Quizás algún 
día hablaré sobre esto.





Ferrol y su elegante barrio modernista de La Magdalena, su espléndida arquitectura militar, modelo único de la Ilustración, los castillos de San Felipe y La Palma, su hermosa ría,... Por las noches nos íbamos a las terrazas del puerto a tomar algo mientras escuchábamos a algún cantante desconocido pero siempre bueno, ya que en Ferrol sigue vivo el gusto por la música y el canto.  



    

Fuimos en busca de un posible castro celta que previamente y por casualidad habíamos descubierto a través de Google earth. La búsqueda resultó finalmente infructuosa por la exuberante vegetación que hizo imposible localizarlo. También nos acercamos a Marín para ver los petroglifos de la playa de Mogor, destrozados en gran parte por el fanatismo franquista: mezclados con los petroglifos la barbarie fascista grabó símbolos de su ideología, arruinando en gran parte este tesoro histórico.










Pero las mejores excursiones fueron las gastronómicas. La tortilla de Betanzos, los pimientos de Padrón, la empanada de Cedeira, las tapas de cualquier sitio, pescado tan fresco que parece vivo, marisco que sí está vivo, ternera gallega, queso del país, y ya no hablo de los postres y platos dulces típicos de cada lugar. Volvimos cargados de esos caprichos de nuestra tierra que tanto echamos de menos en Bruselas.










En Galicia hasta el nombre es dulce y la naturaleza exuberante habla por todos los rincones con una sinfonía de sonidos a través del canto de los pájaros, el murmullo de ríos y fuentes, de las hojas mecidas por la brisa, verde por todas partes. En fin, una vacaciones tranquilas y felices, sin agobios de calores ni multitudes. Desde luego, pienso jubilarme en mi tierra porque, como me decía un amigo ya anciano que siempre se negaba a ir con su familia a Torremolinos en verano, " mire Vd.: yo, a mi edad, comida sana, buena sombra, agüita fresca y zapato holgado ".